domingo, 5 de abril de 2009

Mis etapas.

Soy agnóstico porque aún no puedo ser lo suficientemente fuerte. A través de una lógica deductiva he llegado a formular la inexistencia de un Dios bueno, o en todo caso la sólo posible existencia de un Dios que no es completamente amoroso. No me refiero a la vulgar consideración de los niños que mueren de hambre en África, de las históricas guerras de religión, de la pederastia de Maciel y sus legionarios, del exterminio de los palestinos por parte de los gobiernos israelíes o de los judíos por los alemanes. Al menos, no me refiero solamente a eso.

Por algún tiempo creí en Dios. Incluso recuerdo que alguna vez, cuando era pequeño, llegué a sentir la presencia de Dios en una Iglesia. Después, conforme fui creciendo, mi voluntad de poder comenzó a oponerse a la voluntad de poder de la institución eclesiástica. (“Quien proclama una verdad es porque pretende el poder”.) Nunca había leído la historia de Lutero y los protestantes, pero ya desde una corta edad me parecía que los sacerdotes no debían ser quienes me dijeran qué hacer de acuerdo con su versión y visión de Dios. Pero fui más allá: no encontraba en la Biblia una fuente legítima de la tradición católica, sobre todo con respecto a las normas, ritos y valores que la integraban: Dios no había escrito la Biblia, habían sido unos hombres tan potentes como yo, por lo cual, la religión con una intermediaria se venía abajo para mí.

Sin embargo –y sin conocer que existía la filosofía mecanicista–, seguí creyendo en aquel Dios que sentí alguna vez en la Iglesia, sólo que ahora con mayor libertad. El argumento era: Dios ha puesto a girar el mundo, pero eso ha sido todo; no se entromete en la vida de las personas; no decreta lo que ocurrirá cada segundo de mi existencia y, cuando mucho, sólo sabe cada una de las miles de posibilidades de mi actuar, en ello le va la omnipotencia, pero yo decido cada paso de mi destino; mi Dios es mi origen; yo soy mi destino. Esta visión me permitió justificar masacres, desigualdades, hambres… hombres, todo se remitió a la justificación de los hombres: Dios nos había creado, pero nosotros habíamos decidido poner al mundo en llamas. Los milagros dejaban de existir para mí: Dios no podía intervenir para sanar a mi padre, porque no intervenía para salvar la muerte de un niño: era justo: o intervenía para todos o no intervenía para ninguno. No vivíamos en el paraíso, entonces la segunda premisa se cumplía. La tarea de curar al mundo era una tarea humana, no divina.

Tal pensamiento alivió mis inquietudes divinas por mucho tiempo, pero no pude dejar de pensar (¡Gracias cuerpo, mente, alma, magia y espíritu inquietos!). Mi siguiente formulación deductiva fue la que trastocó verdaderamente mi juicio sobre Dios: Si Dios es el origen, y en el origen fue omnipotente y omnipresente, cuando exhaló un hálito de vida hacia las figuras de arcillas hechas a su imagen y semejanza, ya sabía qué ocurriría con todas y cada una de éstas; en otras palabras, me sitúe en la visión del Dios que pone a girar el mundo, incluso sólo dando paso a la existencia del universo (en esta situación, mi lógica no se contraponía a la idea del Big Bang, sólo suponía que podía haber sido Dios el causante de la primer explosión). Pero aun siendo sólo el primer impulso, Él sabría que después de haber creado el Universo, se formaría una masa primero incandescente y después habitable, en la cual cobrarían vida varios seres, entre ellos el ser humano, y también sabría que se agruparían, que irían poniendo las piedras de su propio camino –sin su intervención–, y sabría, desde ese primer principio, que el camino de la humanidad la llevaría a crear un Hitler, un Stalin, un Díaz Ordaz, un George W. Bush, siendo ellos sólo algunas puntas del iceberg. Y sabría de todas las verdaderas víctimas, desde un principio, pero en esta parte lógica lo fundamental serían los victimarios: Si el infierno existiese, Dios sabría desde un principio que muchos de sus hijos irían a ese lugar. Él habría puesto a girar el mundo. ¿Eso era amor? –Todo tembló, cada respiro, cada paso… ya nada tenía otro sustento.

Después leí más acerca del porqué los hombres buscan a Dios, ya sea para llenar un vacío, o por debilidad, o por ambos motivos. Pero hay otra parte lógica: si Dios existe, yo no puedo saberlo a través de mi razón: es una cuestión de fe. De cualquier manera, este punto de situación me parece algo mediocre y justificatorio de la fuerza o la debilidad; de cualquier manera, he de admitirlo, creo que no soy aún lo suficientemente fuerte: por eso soy un agnóstico más.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me parece un buen escrito que tiene crítica, pero deberías considerar ponerle un toque de literario, jejeje.
Nos vemos.
P.D. Cree en Dios incrédulo, jajaja.

María Cafeína dijo...

Yo creo que así está bien. Me gustaría saber que pocentaje de estudiantes de la fac son agnósticos, cada vez encuentro más.