sábado, 28 de marzo de 2009

En busca de un recuerdo feliz







Cuando yo era chiquita, recuerdo que mi pasatiempo favorito era pintar. Hacía exposiciones en mi casa, en donde invitaba a mis papás y a mi hermano – el cual iba a regañadientes – a ver todas las monadas que había pegado a lo largo del departamento donde vivíamos, vendía mis “cuadros” (por "cuadro" entiéndase, papel bond y un rayón de crayola) y volvía a empezar todo. De vez en cuando – cuando la venta no era suficiente – bajaba a los otros departamentos para vender lo que había sobrado y, como a los vecinos les parecía tierno aquello de los rayones, me pedían dibujos sobre encargo (¡Qué valor de los vecinos!). Cuando estaba feliz, le regalaba a mis papás dibujos, cuando estaba triste o enojada, les hacía dibujos feísimos para que vieran que estaba yo enojada (que, casualmente, si los felices eran rayones coquetones, los tristes nada más eran rayones al azar, no había mucha diferencia).

En un acto de esperanza por un futuro en las artes plásticas – y también por desesperación porque mi hermano y yo teníamos prohibidísimo salir de la casa, sólo teníamos un vecino que sólo se llevaba con mi hermano y pues yo no tenía amigas en la colonia – mis padres decidieron pagarle a la vecina, que era una pintora alemana, para que me diera clases de pintura todos los días en la tarde, por lo cual, trataron de hacer ese cambio entre los rayones de crayola a una cosa mucho más “estética”, es decir, que Ana pintara con algo más allá de las crayolas o los lápices de color. Yo recuerdo que era muy feliz pintando, luego mi madre se peleó con la vecina por un incidente con el coche y allí se terminaron mis clases de arte.

Pasaron los años y pues ya no era lo mismo, mi padre comenzaba a pensar – antes de que yo entrara a la secundaria – que podría haber hecho una carrera en Arquitectura (me fascinaba hacer maquetas con pocos recursos) o en Artes Plásticas, comencé a ver que mi pasatiempo era una asignatura escolar. De repente toda capacidad espacial y artística desapareció (en el sentido de la pintura, siempre me ha gustado escribir) y comencé a pensar que yo podría estudiar muchas cosas más que no tuvieran que ver con eso. Mi capacidad se redujo a dibujar cuadrados en la pared y pintarlos (Glo puede opinar ya que ha visto mi cuarto jaja), terminé haciendo Área 4 (humanidades y artes) en vez de la que me tocaba, Área 3 (ciencias sociales) y me la pasé re bien, nada más que seguía siendo una tarea de la escuela. Luego trabajé en un curso de verano por muchos años y ponía a los chamacos a pintar cada 3 minutos y siempre me acordaba de todas las tonterías que yo hacía y que yo pintaba, los niños me mandaban al demonio y se ponían a jugar a los jedis y las niñas me regalaban sus dibujos y me pedían que les hiciera dibujos de princesas (evidentemente donde las princesas eran ellas – los padres encantadísimos) que, seguro, ya estarán – desde hace mucho tiempo – en un bote de basura.

Ahora ya nada más hago florecitas, estrellitas y secuencias de puntos en mis cuadernos. Ahora que lo recuerdo, no era tan mala dibujante ( :P ), pero tampoco era la mejor, debería hacerme un espacio para tomar clases de nuevo.


jueves, 26 de marzo de 2009

Recuerdo aquel olvido. ¿Aquel olvido, en verdad?

Ante lo que sabemos no se nos ocurre amarlo, sino que nos preguntamos cómo nos acomodaremos a vivir con ello sin convertirnos en estatuas de piedra.
Peter Sloterdijk

Tan acostumbrada estás a decirme "no" (lo cual considero genial), que espero que esta vez, para variar, te digas a tí misma -y a mí, aprovechando los ánimos-: "SÍ, vamos a arriesgarnos al fuego".

[Lo sientes. ¿Lo lamentas? Percibes lo nublado. Te encuentras escribiendo -quizá inicuamente contra...-¡¿Te encuentras?! Te buscas. ¿Te encuentras? Quién sabe...]: La memoria del olvido es algo que generalmente me produce sorpresa. [¿Cuándo fue la primera vez que quisiste perturbar la tranquilidad? Recuérdalo. Revívelo.]: Me busco. Casi siempre he sido apariencia; reflejo en el agua me he ido formando. Recuerdo que los días eran muy felices; por las noches me acosaban los fantasmas de aquella reflexión sobre mi total impotencia. La soledad rondaba mi habitación. Ahora me doy cuenta de que en aquel entonces comenzaba a descubrir mi humanidad: humano, demasiado humano fui a tan corta edad. Y a tan corta edad ya comenzaba a pensar más allá de la vida. Naturales en otro momento de mi vida me parecieron aquellas reflexiones; representaciones de mi débil ser fueron en verdad. En verdad falta de voluntad de poder sufrí por muchos años, sin darme cuenta -¿sin darme cuenta, en verdad?
La felicidad de aquellos días ahora me parece inigualable. Mi recuerdo de aquel niño corriendo al darse cuenta de que se está dando cuenta de sí, es algo que no puedo olvidar. Los mejores momentos de mi vida son aquellos que logro recordar con mi cuerpo. El encanto lúdico de mi infancia me hace sonreír sinceramente. Los grandes impactos siempre son kinestésicos, ya que las visiones, por sí mismas, no significan mucho; creo que a través de olores y sonidos es como recuerdo más profundamente –en verdad revivo momentos. El ejemplo más común es el recuerdo de algún amor pasado gracias a alguna fragancia o a alguna canción. Obviamente el asunto va más allá, pero por el momento sólo quiero recordar que mi ser no trasciende mi cuerpo, pero mi cuerpo puede trascender el ensimismamiento cultural.
La oscuridad de aquellas noches ahora me parece menos sombría. Más pensamientos sobre mi soledad he ido desenvolviendo. En algún momento el paseo solitario por las montañas heladas y nubladas me pareció la única posibilidad. (Cuando lo conocí, ante mi cuerpo se paro la mediocridad de mi vida: no puedo más: ahora mi voluntad es la que juega el papel más importante; sin embargo, la cuestión de la mentira romántica y la verdad novelesca me pone a reflexionar…) Ya no regresa ese gris y, sin embargo, de aquel cuarto frío he recordado demasiadas cosas hoy.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Cuando todo era amarillo


Amar es combatir, si dos se besan cambia el mundo, brotan alas.
Ayer igual que hoy lo que amas nunca pierde su color.
Se regenera, vuelve a ser lo que antes era.
Brilla el sol.


Cuando yo lo conocí no explotó nada, no sonaron cascabeles en mi cabeza ni sentí ningún animal revolotear en mi estómago. Todo siguió del mismo color y yo seguí siendo la misma.
Un día una amiga puso su dedo sobre él, surgió un encantamiento efímero entre ellos que yo sabía falso además de imposible, pero así lo pude observar más de cerca y poco tiempo después en día muy azul de primavera lo descubrí realmente, me deslumbró su brillante máscara, me vi en un espejo a través de sus ojos y supe que de su mano ya no me iba a soltar.
Me enamoré absurdamente y mi mundo se llenó de mariposas amarillas, no sé si él me correspondía de la misma manera pero no me importó y me lancé al espiral dramático que es el amor, abandoné cualquier atadura que me alejara de él, dediqué mi tiempo a fundirme en los detalles de éste hombre imaginario y juntos construimos castillos de cristal que en algún momento se derrumbaron para, de entre los escombros edificar nuevos sueños, tal vez falacias pero que siempre hacen la vida más apasionante.

En su cuerpo descubrí el mío y en sus palabras encontré la verdad, aún sabiendo que eran mentiras. La máscara se fue separando de su dueño y comencé a ver la dura realidad, fría y sin los tamices del amor. Ante su figura petrificada e impenetrable yo me volví un monstruo visceral, intentando revivirlo con patéticos artificios no logré más que herir el corazón que en sus estertores aún palpitaba por nosotros.

La cruenta batalla en la que luchamos sin saber bien porqué, ambos la perdimos, y con ella una parte de nosotros se quedó en el campo. Recuerdo la hecatombe de un universo, se colisionaron dos mundos, todo se volvió sombras y polvo, se cayeron las estrellas…

Nunca he creído en el destino pero tal vez sí. De las cenizas renace el ave Fénix, de un amor muerto resurge uno renovado, si el mundo se acaba volverá a surgir otro, no será igual, no tendrá las mismas flores ni los mismos cielos, será mejor o peor pero nunca igual.

Cuando yo me enamoré de él recuerdo que todo era de un amarillo intenso…

martes, 24 de marzo de 2009

¿Ayer?

Tal vez el recuerdo más claro y antiguo que tengo es el de mirar tras la maya que caía de mi sombrero color salmón (el cual hacía juego con el vestido sostenido por la crinolina más incómoda que hubiera yo vestido). Miraba y sentía que era la más bonita de todas las pequeñas niñas arregladas que estaban ahí en su misa de tres años. En aquellos días creía que el algodón de azúcar conservaría su consistencia en mi boca, pero no, al contacto con la saliva se comprimió tan rápido como desaparecía mi ilusión. En preescolar me sentía agobiada por entregar cada lunes tres dibujos míos que conformaban el total de la tarea semanal (jajaja). Tenía también prisa por crecer. Después de eso, gracias a una explicación adulta, comprendí que debía aprovechar mi etapa jugando y divirtiéndome, que el apuro debía hacerlo a un lado. Esa fue mi dinámica, reconozco que a veces descansaba de más, pero justo cuando empezaba a sentirme culpable por ello, venía a mi cabeza la idea de que después no habría tiempo y aunque me doliera el cuerpo continuaba haciendo nada.
Cada que viajaba se tapaban mucho mis oídos gracias al cambio de altura, eso me hacía sentir extraña, al final del camino con unos tragos de cualquier líquido se solucionaba el asunto. Un día que llegué a mi destino para no volver al lugar de donde venía, ningún líquido hizo efecto inmediato, incluso sentía flotar y miraba mis pies para saber que estaba en tierra, infantilmente creí que era un sueño, mi tío me pellizcó pero continué creyendo lo mismo.
Los olores, más que los colores y los lugares, tienen la facilidad de transportarme rápidamente a aquellos instantes que parecen haberse quedado congelados, instantes que al despertar provocan en mi sonrisas y otras veces reacciones distintas.
En mi infancia conocí el dogma y consigo lo apasionante de no pensar, fui abanderada y alguna vez imité a Shakira frente al espejo.
°° 6/01/96 En el día de reyes se llevaron a Keiko, lo recuerdo bien: en la tele tenía un chaleco con hielos. Pasó con toda su comitiva por Miramontes (a dos cuadras de mi casa), sólo pude ver el helicóptero que lo custodiaba...°°

lunes, 23 de marzo de 2009

Caramelos

Cuando yo no te conocía recuerdo que no era capaz de saborear un caramelo. Creía que un caramelo no guardaba nada bajo esa dura coraza de azúcar cocida y que ahí no podía esconderse más que una diabetes eminente. Pero hoy con un baloncito de caramelo sabor canela, saboreo capa a capa recuerdos y sentimientos que calientan el alma. Es una experiencia nueva. El chupar un caramelo.

Recuerdo aquellas épocas de amargura y desaliento donde la dulzura picante que envuelve la canela era amarga e insípida. La canela que para mí ha tenido significados importantes. Es lo dulce, lo amargo y lo picante en un solo sabor. ¿Dónde está la historia? Creo que la historia atrás de un caramelo se disuelve en la memoria como lo hace en la boca: lentamente. Pero seguimos sin saber cuál es el punto de todo esto. Yo recuerdo en la vida distintos momentos, de alegría, de tristeza, apatía, coraje y demás emociones que nos abordan el alma cuando uno está vivo. Pero eso no siempre nos recuerda el estar vivo. Yo recuerdo que en algún momento, uno no se siente vivo, y no sabe que el simple sabor de un balón de canela pudiera evocar a la vida. Mi historia en la memoria es importante porque gracias a ella hoy puedo saborear la vida gracias a un balón de canela.

Me es importante hacerte saber que el pasado, con todos los miedos que encierra, todas las frases no dichas, siempre habla de quienes hemos sido. De quien nos ha gustado ser, quien hemos odiado ser y esto nos lo grabamos en la memoria. Memorias que nos han traído a dónde estamos y de donde algún día dejaremos de estar.

Pero me es mucho más importante saber, porque ahora puedo disfrutar el sabor y el deleite que es el sentir un dulce derretirse dentro de mi boca.

domingo, 22 de marzo de 2009

Cuando yo era chiquita tenía una playera de Mimi Mouse ...

aparecía abrazando a Pluto y tenía mi nombre en letras grandes. Tenía una mascada negra y dorada que había robado de la casa de mi abuela y una sonrisa en mi boca todos los días. Tenía el cabello a la altura de hombro, pero siempre deseé tenerlo tan largo como el de mi hermana que llegaba a media espalda. Nunca lo he llegado a tener así de largo.
Éramos tres, y siempre fuimos completamente diferentes. Ella gordita, con la nariz más bonita que he visto, unos ojos pequeños y con una mirada de alguien mayor. Siempre la tuvo así; pareciera que ella fuera sabia, que conocía más cosas que la gran mayoría, era una niña de 4 con ojos de alguien de 20. Él, es la persona que me enseñó mi sentido de humor, aquél que era rubio y una mirada de arrogancia que mantiene hasta estos días; incluso, aunque no lo acepte del todo, es de las personas más inteligentes que he conocido. Luego sigo yo, con la sonrisa de mi padre, la nariz de mi madre y el cariño de mi abuela.


[Claro oscuros en la foto. El contraste entre la luz que se refleja en el espejo y la oscuridad que emerge del piso; una silla vieja, una mesa y la puerta de siempre. Yo enfrente y ella atrás. Cuidando, riendo. Tenemos una sonrisa parecida, sólo que la de ella es madura. Ella me cuida.]


Cuando era chiquita yo jugaba ser cantante, a bailar (quería bailar ballet y lo hice en algún tiempo); ella a ser pintora; él a tocar el piano. Los desayunos de los domingos eran realmente divertidos. Nos sentabamos en la mesa los siete, pero siempre nos teníamos que pelear alguno de los tres con otro, o los tres contra los tres. No éramos una familia precisamente feliz, pero todo transcurría con normalidad. Todos los seis de enero mi madre nos iba a tomar fotos con los reyes magos, año con año, hasta que ella cumplió trece; entonces dijo "no más" y no hubo otras fotos. Yo me enojaba porque él fuera el favorito de mi madre y ella, me lo explicó "él es el jamón del sandwich" Yo lo entendí bien. Ella me explicó que Mercurio y Hanson eran buenos músicos. Yo le creí. Ella me enseñó a bailar como Fey, y fuimos a un concierto con los demás. Fuimos por helados y canastitas de pan a la Santa Clara para comerlos sentadas sobre el carro. Me burlé cuando se enamoró en un viaje de alguien llamado Phil. Tenía su nombre escrito en la pared con el clásico esmalte transparente con diamantina azul cielo. Ella entró a la prepa y le empezaron a gustar los Beatles. Quería ser bióloga marina y le daba asco cada vez que olía los pescados. Usé sus botas cafés por años, y eran mis botas favoritas; nunca he podido encontrar unas así de bonitas.

Ella me quitó a mis padres por un tiempo. Yo me enojé con ella y no se lo perdoné durante mucho tiempo. Cuatro años después, pedí perdón. He conocido verdaderamente el significado de pedir perdón por mis actos y no un "lo siento".

[Yo creo que ella me sigue cuidando.]