jueves, 28 de mayo de 2009

Aun si no...

En verdad, una bendición es, y no una blasfemia, el que yo enseñe: "Sobre todas las cosas está el cielo Azar, el cielo Inocencia, el cielo Casualidad y el cielo Arrogancia"... Oh cielo por encima de mí, ¡tú puro!, ¡elevado!, Ésta es para mí tu pureza, ¡que no existe ninguna eterna araña y ninguna eterna telaraña de la razón:-
-que tú eres para mí una pista de baile para azares divinos, que tú eres para mí una mesa de dioses para dados y jugadores divinos!-
Friedrich Nietzsche, "Antes de la salida del sol", Así habló Zaratustra
Si alguna vez jugué a los dados con los dioses sobre la divina mesa de la tierra, de tal manera que la tierra tembló y se resquebrajó, y arrojó resoplando ríos de fuego:-
pues una mesa de dioses es la tierra, que tiembla con nuevas palabras creadoras y con divinas tiradas de dados:-
Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, -el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!
Friedrich Nietzsche, "Los siete sellos", Así habló Zaratustra


Si es verdad que todo lo decisivo surge "a pesar de", lo esencial para llegar a ser tu propio destino es negar al azar. Los mediocres y los débiles siempre le siguen el juego a la seductora determinación, -ella les dice: "nada de esto es tu culpa", "salta y muere en este precipicio, pues el no tener alas no es tu culpa", "en la profundidad de aquel oscuro mar sumérgete, piérdete, ahógate, pues no eres un ser marino, no eres un tiburón ni una ballena; nada de ello es tu culpa"- en el fondo su fuerza es la negación de tu voluntad; en el fondo, su fuerza es tu negación de una voluntad.
Y lo decisivo es una decisión, pero también algo que decide [Y si es que decide, ¿entonces determina también?, ¿qué determina?... ¿A quién?]. Y la negación del azar no es la matanza del tirador de dados, sino el soborno espiritual para que los mismos salgan cargados.
Quien se acompaña de la suerte es un cobarde. El no decirse sí a uno mismo, el no aceptar el dolor de uno mismo, el no crearse uno mismo, el no robarle alas al cielo para volar uno mismo: el eterno decir no te tira, te golpea en el suelo, te arrastra, obtiene lágrimas de tu "mirar al suelo". Y la tierra se avergüenza de tí, y se avergüenza de tu cobardía, de tu haber dejado el destino de las cosas al tótem Suerte, ese Dios falso tan colorido, tan fácil de ser seguido. Ese Dios tan inútil.
Hasta el momento parece que determinación y suerte son lo mismo. Son lo mismo, pero sólo en sus consecuencias para sus idólatras. Naturalmente el sentido de determinación es mucho más pesado que el sentido de la suerte -en esta última aún queda alguna "esperanza", pero sólo para los espíritus mediocres. Juguetear con el azar puede ser de lo más divertido para el cuerpo, pero sólo cuando uno está decidido a reafirmar el primer sí del juego; entonces este tótem se despedaza y surge la posibilidad de sobornar al tirador de los dados, aunque sea para sufrir.
Entonces podrás decir: "Se me ha terminado la felicidad, ¡pero aún puedo dar mi sufrimiento!". ¡Ese es un decir sí!, aun si te encuentras respirando el frío aire de las heladas montañas.

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