martes, 12 de mayo de 2009

... In aqua sanitas

Lejos de que no me sienta del todo inspirada por el tema creo que padezco que sequedad mental por procesar cuestiones ligadas con eso que no debería ser tan abundante y que algunos llaman tarea, pero en fin, no vengo a quejarme.
Tengo entendido que lo interesante de esta semana es contar historias curiosas y acontecimientos únicos provocados por el exceso de alcohol en nuestros cuerpos y las atípicas consecuencias que esto implica (claro! esas que van más allá de la cruda). Pero en mi caso, como suelo embriagarme muy por debajo del promedio de un estudiante universitario de C.U. - o al menos eso percibo-no tengo asunto exótico que contar para atraer su atención. Sí, sé que es aburrido pero que le voy a hacer.
Pasando a la reflexión, lo poco que puedo decir respecto al vino exclusivamente (aludiendo de manera rigurosa al nombre del tema), es que prefiero el tinto respecto al blanco o al rosado. El vino que he bebido algunas veces acompaña a la carne roja, otras la presentación de algún libro o alguna cena familiar, en ocasiones se complementa con frutas flotantes. Excepcionalmente se comparte en copa durante una tertulia poética.
Pienso que los mejores momentos vino surgen cuando se disfruta solo y en buena compañía. El vino tiene algo elegante y sublime que va más allá del secreto que guarda en su añejado aroma, más allá de su intenso color, más allá de su milenaria y tradicional historia. Tiene algo especial que despierta al corazón y el instinto, lo hace distinto a las otras bebidas. No es el precio.

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